Hace algo más de dos años, sentado en mi lugar favorito, recibí un mensaje por el facebook, comentándome la posibilidad de descender el río Gambia en stand up paddle – SUP.
Consistía en montar una expedición bajo mi dirección técnica como especialista en ríos, viajes y expediciones. Aquella misma noche no pude dormir pensando en ello.
La propuesta venía de Fran Pardo, un cántabro residente en Gambia y experto en viajes transaharagüis, pero él nunca se había montado en una tabla. La propuesta era arriesgada, pues no debía de montar un grupo netamente de deportistas, ni solamente aventureros, la conjunción no era fácil. No nos costó mucho reunir un grupo variopinto de 8 expedicionarios, un cámara y mi compañero de viajes habitual, Yelito, un conseguidor de situaciones extraordinarias.
Fran se ocupaba de la intendencia en Gambia, perfectamente conocedor de la ideosincrasia del país y sus vericuetos y yo de la parte más especifica del río. Aunque años atras tuve la suerte de realizar una expedición a pie por esta parte de Africa, la propuesta del río no dejaba de ser nueva y pionera.
Embarcamos en la poblacion ribereña de Georgetown, también llamada Yan Yan Buré. Gozamos del apoyo de un barco fluvial de 20 metros de eslora, que de primeras llegó un día tarde, ya que se había quedado sin combustible en unos de los múltiples meandros del río. Éste fue sin duda un gran apoyo pues en él dormíamos y comíamos después de largas jornadas de remar, de 6 a 8 horas diarias.
Pronto nos encontramos con un río de aguas encontradas, pues igual teniamos la corriente a favor que en contra. Cuando la marea subía, las aguas dulces se arremangaban y la corriente potente nos hacía esforzar más, si a eso le sumabamos el viento en contra apenas descendíamos 2 ó 3 km a la hora, sin embargo cuando todo era a favor podíamos sacar una media de 12 km a la hora. Entre marea y marea (esto ocurría dos veces al día) gozabamos de corrientes casi muertas, que muchas veces coincidían con el amanecer y el atardecer, cuando el río se convertía mágicamente en mercurio. Estos momentos de paz rallaban el paraiso. Podría describirlo pero nunca alcanzaría a aproximarme al bienestar supremo que producía deslizarse por esos fluídos y su envolvente atmósfera.
La primera parte del descenso nos enmarcaba un escenario flanqueados por majestuosos baobabs y fue donde encontramos las aldeas más humildes, alejadas de la civilización. Sus habitantes, principalmente mandingos, nos recibían con júbilo, primero los niños felices dedicados al noble arte del juego, seguidos de algunas mujeres que salían bailando a nuestro encuentro, más de una noche intercambiamos bailes y canciones. Especialmente recuerdo una noche en un poblado donde ni siquiera tenían corriente eléctrica. Al llegar nos dirijimos a una de las casas, apenas se habían percatado de nuestra presencia, hablamos con un hombre que nos invitó cortesmente a tomar un té en la puerta de su casa. Al principio eramos 5 no más, empezamos con las risas y a cantar unas veces en mandinga otras en español, y calculo que una hora mas tarde eramos como 150 personas bailando la macarena, los pajaritos y otras borchornosas canciones fáciles de repetir con danza incluida. Esa noche y alguna que otra más tuvimos una interaccion total con los pobladores del río a cambio de nada, solamente unas risas y el buen rollo de dos culturas, dos religiones y dos razas que hablabamos el mismo idioma. Estas gentes alejadas del turismo, del mal llamado progreso y el distorsionante mundo occidental, no esperaban nada de nosotros, ni nosotros de ellos, solamente vivir el momento en el que estábamos. Cuánto podremos aprender de ellos y del presente, y meter nuestra «felicidad aplazada» en el cajón de los errores.
El río seguía y nosotros con él. Nuestra pricipal preocupación y atracción a la vez eran los hipopótamos, el mamífero más devastador del planeta, más que los cocodrilos o las serpientes. Esto nos hacía navegar lo más alejados de la orilla posible y así solamente pudimos ver emerger a uno, que rápidamente se volvió a sumergir y desaparecer en las turbias aguas del Gambia.
Al tiempo que descendíamos, el cauce se ensanchaba cada vez más, los brazos del río desaparecían y se formaba un sólo cauce, a la par la sal entraba del mar y los baobas desaparecían dejando paso a los manglares repletos de ostras en sus tentáculas raíces.
Llegamos a la población de Soma donde pudimos aprovisionarnos de más comida y donde una de las casualidades del viaje nos hizo coincidir con el presidnte de Gambia en plena campaña electoral en unas de las elecciones a la africana, donde tenia todos los visos de salir reelegido, la población se encontraba en plena esfervescencia y los partidarios se pusieron sus mejores galas para recibirle, nos advirtieron que ni una sola foto. Y apareció él, vestido de blanco Dios, en un ostentoso Hammer que bien podría haber alimentado a parte de la población gambiana, y no iba solo, un ejército de esbirros armados hasta las caries protegían su exhibición y adulación. Pero en África lo mejor, sobretodo si no eres nadie es mantenerse al margen.
Continuamos nuestro lento periplo por el curso. A partir de entonces el Gambia cambia de sexo y deja de ser un río para convertirse en ría. Sus kilométricas orillas dejaban ver su lado más femenino, paradojas de un río que se atreve a hacer lo que en su pais está penado con la pena de muerte.
La premisa era siempre estar en contacto visual, no podíamos esparcirnos tanto, nuestra referencia era el barco y la remada a pesar de tener varios ritmos tenía que ser grupal. En una de estas vi una aleta desaparecer. Ensimismado en la letanía de la remada no le di importancia, hasta que de repente el río nos regaló la presencia de una manada de delfines que nos acompañaron un buen rato y nos hicieron más que felices.
A lo lejos presenciamos un pequeño islote repleto de baobabs, era la isla de St. James. Aquí se encontraban las ruinas de una triste fortaleza, era la prisión donde los negreros esclavistas encarcelaban sus capturas para despues llevarlas a la isla de Gore, en Dakar, hasta su irreversible destino: América. De ahí partieron miles y miles de esclavos que transformarían un continente. Justo en frente en la orilla derecha se encuentra la poblacion Juffureh, pueblo de donde era originario el mandinga más popular, Kunta Kinte, el personaje de una serie de los 80, que hizo vivir el sufrimiento del pueblo negro en las plantaciones de algodón en el sur de Estados Unidos. El esclavo más famoso no sabemos si habitó estas tierras o no, aunque un familiar nos asegura ser pariente directo. Lo dejamos ahí y yo prefiero creerlo, una escultura con un hombre, del cual penden dos cadenas partidas y un símbolo de hombre libre en el pecho, dan testimonio.
Ya nos quedaba una jornada, el río tenía unos diez kilómetros de ancho, la mañana amaneció ventosa y la corriente en contra, en frente Banjul. Debíamos cruzar para llegar a nuestro objetivo final, pero el agua arreció y lo que era rizado se convirtió en olas grandes y caóticas, era imposible mantener al grupo unido. Al final los más experimentados palistas consiguierón mantener la remada hasta la orilla opuesta, donde nos esperaba Banjul, capital de Gambia y destino final de nuestra expedición. Nos habíamos adelantado un día en nuestras expectativas, coseguimos hacer el viaje en 9 jornadas. En estos días convivimos 13 personas intensamente, nuestras desavenencias fueron olvidadas de inmediato y se quedarón en meras anécdotas. Las noches estrelladas durmiendo en la cubierta del barco nos inspiraron sueños y anhelos para futuras expediciones y aventuras. Habíamos conseguido y demostrado una novedosa forma de viajar y realizar una expedición, en una nueva forma de navegación erguida en tabla de surf a remo. Nos esperaba a cada uno un buen trozo de pollo y una cerveza bien fría en la bulliciosa Senegambia.
ZAPA-TONI de Kalahari Expediciones y Aventuras