Cuando miro por el espejo retrovisor de la vida, me vienen aquellas anécdotas semienterradas por el peso de los tiempos y la desmemoria. No sabría deciros cuando, ni los que participamos… En mi trayectoria como kayakista hubo una época, que rara era la semana que no nos embaucábamos en algún proyecto peregrino de resultado incierto.
Había llegado a nuestros oídos que la presa del Molinar había empezado a desembalsar agua tras 20 años de parón. Habían construido unas tuberías que desviaban el agua del Júcar hasta otra presa, dejando el cauce seco durante todos esos años. Aquel río, el devastador que llamaban los romanos, le habían secuestrado las aguas en post de un relativo progreso. Al parecer una avería, le había devuelto las aguas a su cauce “una aberración más en nuestra opulencia”. Aquello sonaba a aventura volver a descender el río robado.
Montamos una cuadrilla de piragüistas y allá que nos fuimos, El comienzo fue muy interesante, con pasos de grado 3º de dificultad y alguno rozando el 4º. Luego ya nos adentramos río abajo por un valle ignoto. Donde poca gente se había aventurado en los últimos 20 años.
Cuando tras haber descendido uno 10 km. Aproximadamente nos encontramos con unas pequeñas paredes que flaqueaban el río. OHH!! Cáspita!! De repente ante nosotros, un muro de zarzas que bloqueaba el río de lado a lado. Volver era demasiado tarde y la morfología del río nos impedía ir por la orilla. El río con su potente cauce continuaba, pero el tamiz que proporcionaba el zarzal nos frenó en seco.
Les propuse al grupo lanzarme en posición de seguridad con el kayak cogido del asa y aventurarme por el frondoso seto espinoso. Les dije que me metería y en el caso de no poder continuar, les avisaría con un potente chiflido. Y allá fui. La posición de seguridad es como hacer el muerto con los pies por delante y flotando, en el caso de recibir un golpe lo amortiguas con los pies. Con la mano y cogido del asa, llevaba el kayak por detrás de mi.
Con la esperanza de que aquello fuera un momento allá me lancé, mientras los otros me daban tiempo. Tiempo tuve en acordarme de lola flores por haberle dedicado una canción a esta infernal planta “la zarza mora”. Entré como tenía previsto, esquivando lo que podía pero eso fueron los 4 primero metros. El agua se tornó veloz y la maraña espesa, ahí empezó mi suplicio. Como cables de espinas rasgaban mi neopreno, chaleco, manos, cara. Fue como encerrarse en una cabina telefónica con veinte gatos rabiosos. Sabía que no me podía dejar el kayak atrapado en el zarzal, mi única obsesión era el de no perderlo, pero entre mi cuello y mi cabeza se interponían cables repletos de garfios, fue como atravesar una frontera de interminables concertinas. En mi lucha de mantenerme a flote y no perder nada, trascurrió el suficiente tiempo para que los compañeros pensaran que no había problema que el paso estaba limpio. Y allá que se introdujeron uno de tras de otro al zarzal. Por el tiempo que anduve sumergido en ese infierno vegetal calcule que aquello no tendría menos de trescientos metros de espesor. Cuando pude salir era un cristo roto y mi cara era un mapa topográfico con sus curvas de desnivel. A la postre, prácticamente cuando el infierno acababa aparecía el inframundo, pues aquel baile acababa en un infranqueable. Un salto de 5 metros donde toda el agua recaía sobre una sólida piedra, afortunadamente in extremis pude evitarlo. Uno tras otro fueron apareciendo el resto de la cuadrilla, que como yo, sus caras expresaban el pánico de haber atravesado el tejido espacio-tiempo.
Perdimos de todo, tuvimos que bajar varios con cañas en vez de remos hasta la población de Jalance donde acabamos nuestro periplo. Esta es la grandeza de la exploración, nunca sabes a ciencia cierta lo que te puede esperar. Unas semanas más tarde cerraron el grifo. Y volvió a ser tierras de secano donde la maleza campaba a sus anchas y las reinas moras ejercían implacables su dominio.
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Eres grande