En este año tan inaudito que estamos cursando, son varias las lecturas que podemos hacer del turismo que nos da de comer. No olvidaremos aquel fatídico año en el que nos vimos expuestos a la intemperie de solo lo imprescindible. Los que nos dedicamos al turismo vimos atónitos como la incertidumbre del sector nos afectaba de lleno. Un país en el que basa su producto interior bruto en recibir los huéspedes que allende nuestras fronteras deciden recalar en nuestros territorios, se encuentra en parálisis ante la ausencia de ese fructífero caladero, debido al quedateencasa. Este año hemos tenido que tirar de los locales como ningún otro año anterior. Y ohh!! Sorpresa que el turismo más vilipendiado y menos considerado es el que ha triunfado por encima de todos: nos referimos al turismo de interior y al turismo activo. Sin compensar las pérdidas de la primavera, puede decirse que este verano ha sido espectacular a pesar de todas las restricciones y las indecisiones. El turismo activo ha sido un ejemplo a seguir. Desde el norte, al sur pasando por los paisajes interiores, hemos ofrecido un servicio inmejorable que ha satisfecho al viajero de proximidad. Por otro lado los grandes emporios del turismo de sol y playa han dejado mucho que desear en sus cifras y sus concurrencias. Habiendo toneladas de arena sin ocupar en playas cuadriculadas, sin gentes y sin el maná que tan cacareado nos tenía acostumbrados ya. Donde el acopio de inversiones, subvenciones y partidas presupuestarias han hecho aguas en un mar de obsoletos modelos que ya desde hace tiempo las sirenas vienen diciéndonos. Y ahí estamos, el turismo marginal sacando las castañas del fuego y los sonrosadas mejillas a tanto gurú turístico y tanto opresor turoperador. A años luz estamos de conseguir avalanchas de ese tipo, pero es que ni lo queremos, ni deseamos pues el turismo de aplastante presencia hace que afloren usuarios de bocadillo y botellón, copando el paraíso por cuatro chavos dejando el aroma de insostebilidad a su paso. Ya desde una perspectiva nueva, deberíamos aprender, que cuando la oferta supera la demanda empezamos a caminar por el sendero equivocado. El cartel de” vuelva usted otro día” debería ser la norma para un buen hacer y un mejor modus vivendi. Pero claro, nos enseñaron a ser insaciables y así nos va. El turismo como potro desbocado se ve abocado a la autodestrucción o al bajo coste donde nadie es feliz y la queja como letanía rezuma en los oídos de esta sociedad. Volver a la sensatez y darle el valor que tienen las cosas, los paisajes, las costas, el horizonte debería ser cuestión de estado y no de oportunistas y exprimidores de gallinas de dorados huevos.
Por Zapa un ilustre hidalgo
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