Siempre que comienzo un viaje a cualquier lugar es como si abriera un paréntesis en la vida para cerrarlo a la vuelta. El viaje es algo excepcional hasta en mi vida. Tengo mi punto de partida y mi regreso donde mi vida es cotidiana como la de cualquier otra persona. Cotidiana que no rutinaria, eso no lo conozco,  luche toda mi vida por que fuera así. Lo sé no es lo normal, pero la suerte, mis sacrificios y renuncias fueron destinadas a esta forma de vida. Vivo en un paraíso llamado España, lo descubrí hace mucho tiempo y tengo la suerte de vivir entre españoles y españolizados que lo hacen si cabe más atractivo. Para darme cuenta de estas cosas he tenido que abrir y cerrar muchos paréntesis en la vida. Claro está que no todo el mundo encuentra esa apreciación, en mi humilde opinión para saber viajar hay que saber volver y utilizar el viaje como una forma de crecimiento personal. Quiero decir: Que la interpretación del viaje significa aprendizaje. De nada nos sirve viajar si no abrimos nuestras mentes para captar lo máximo posible, por tanto viajar para mi es sinónimo de enriquecerse intelectualmente. No entiendo el viaje de otra forma, aunque también puedo llegar a comprender la gente que viaja para descansar y desconectar, es otro disfrute que yo no practico “por ahora”.

He llegado con el tiempo a no darle importancia a los monumentos y lugares emblemáticos que dan a conocer ciertos destinos en el mundo. Lo que más aprecio es el factor humano, la gente con la cual me relaciono, las personas que me trata bien y no me ven como un turista con los bolsillos repletos de dólares a los que hay que exprimir. Locales asqueados que no muestran simpatías ni paciencia. Todos los conocemos por su indiferencia, nos tratan como números y sin ninguna empatía. Tienen  asegurada la clientela y les importa un bledo si te encuentras bien atendido o satisfecho, lo importante es que consumas rápido y te vayas pronto para que otro ocupe tu lugar y se facture lo máximo posible, quizás esa sea una de las cosas por lo cual he decidido pasar de esos lugares de obligada visita. Es más, no me gusta quedarme en esos sitios prefiero ir a los pueblos de al lado más feos y con menos encanto, donde la población local se sorprenden de que hayas elegido ir a visitarlos cuando no muy lejos tiene el destino atrayente. Es en estos lugares donde más siento la xenofilia (amor por lo de fuera) donde puedo encontrar gente amable de verdad, personas que quieren ayudarte y muestran toda su curiosidad y hospitalidad por ti. Me ha costado llegar a esta conclusión, pero es cierta, no hay nada como visitar un pueblo feo para sentirte acogido y respetado. Y a menudo más barato y mejor tratado. Así que amigo no le demos tanta importancia al destino como a la estancia y ahí los pueblos feos tienen mucho que ofrecer.