Sabía que era un destino cautivador. Después de haber visitado en once ocasiones Nepal, haber viajado a Sri Lanka o a la isla hindú de Bali, la gente se asombraba de que no conociera la India. La tenía reservada en la alacena de los viajes épicos. No me valía ir en cualquier momento, ni con cualquier pretexto, tenía que ser especial. Era consciente de que éste era el momento. Aun así, apenas he conocido el subcontinente indio, un mes no da para mucho ante tremendo territorio. Es como viajar a un país de África y decir que conoces África. Por lo poco que he podido conocer, siento que la India no es un país, es una auténtica civilización, es algo más que el perímetro de una nación, es una interpretación propia de la existencia. Las civilizaciones son un conjunto de costumbres, saberes y artes propios de una sociedad. Todas ellas crean una diferenciación de otras áreas humanas. Esa es la lección que he podido aprender en apenas tres destinos. Me encuentro en un momento en el que ya no necesito conocer muchos lugares, sino conocer en profundidad donde me hallo y poder saborear cada plaza que visito, aunque sean pocas.

Me fui con un amigo habitual en mis aventuras, Yelito, un buen compañero capaz de averiguar y entrometerse en sitios que por mí mismo no me hubiera atrevido. A su vez, yo le proporcionaba esas otras experiencias donde él no podría haber llegado nunca. Digamos que la complementación ha sido muy fructífera y el viaje nos ha deparado intensidad, sin sufrir ansiedad. Nos levantábamos todos los días sobre las 10 de la mañana, lo cual nos permitía estar frescos para lo que nos acontecía en el día a día. Los que nos han seguido en las redes sociales pueden haber visto todo o casi todo lo acontecido, reservándonos ciertas áreas que solo se pueden contar en vivo.

Como últimamente en todos mis viajes, me he hecho acompañar de mi tabla de SUP. Ella me permite tener un punto de vista fuera de lo común. Navegar entre las piras funerarias del Ganges a su paso por Benarés (Varanasi) o remar en los blackwaters de Kerala o las playas del mar arábigo en Varkala ha sido todo un privilegio, que me otorga un placer más allá de lo tangible.

El viaje comenzó en Emiratos Árabes Unidos, en la populosa ciudad de Dubai. Un obsceno estado próximo a la ficción que alberga todo lo que la mayoría de los humanos no podemos permitirnos. Es un fascinante producto hecho de petrodólares y abundancia llegada de turbias procedencias. Durante 5 días fui acompañado de mi buen amigo Miguel Ángel, que me hizo de cicerone por las mega construcciones urbanas del desierto domesticado y, cómo no…, también me llevó al otro lado del telón, a la naturaleza más paupérrima y árida del territorio arábigo, el desierto, llegando a colarnos incluso en tierras de Omán.

Desde ahí volé a la India, llegando a mi primer destino, la ciudad del yoga, Rishikesh, a orillas de un Ganges recién expulsado del Himalaya, donde ya los Beatles se percataron de su atractiva belleza. Alquilamos las míticas Royal Enfield y recorrimos en moto sus inmediaciones. Pudimos asombrarnos de varios Artis (ceremonias a la puesta y salida del sol con cánticos, rezos y fuegos dando la bienvenida y despedida al astro rey) ante Shiva y sus consortes, presentes en todos los rincones.

De ahí volamos a Benarés o Varanasi, uno de los centros energéticos más impresionantes del globo. Dicen ser la ciudad más antigua del mundo, fundada por el propio Shiva. Situada en el Ganges, ciudad sagrada, capital de la espiritualidad hindú, es conocida por sus Ghats, gradas que llevan al río, donde se lanzan las Pujas. También ahí tienen lugar los crematorios de los difuntos, con sus cenizas arrojadas al río para la renovación de los ciclos y el karma. No tengo palabras para describirla, sólo sé que antes de irme de este mundo volveré. Aquí la vida y la más mísera existencia se dan la mano envueltas en un místico halo de inefable espiritualidad.

Por último, para completar el círculo, volamos a Kerala, el estado comunista del suroeste costero hindú. Este estado es a la vez la región más prospera de la India, donde existe el mayor índice de escolarización y esperanza de vida del todo el país. Paradójicamente, conviven hindúes, musulmanes, cristianos, jainistas y algún que otro judío en perfecta armonía. Sus playas son fantásticas, rodeadas de cocoteros y vegetación exuberante. Paralelos a la costa se encuentran unos canales llamados blackwaters, por donde transitan estas casas barco, reconvertidas en una experiencia fluvial para el turismo de paz y sosiego entre arrozales y zonas de cultivo. Aunque yo no crea en el comunismo como solución a los problemas, sí puedo ver que en esta tierra da sus frutos en oportunidades e igualdades. La asombrosa Kerala es un lugar paradisíaco donde hasta las desfasadas ideologías funcionan eficazmente.

Las gentes en la India hacen un consumo moderado de alcohol, lo cual evita desorbitantes reacciones. Con ello no quiero decir que no sean amantes de las fiestas y de los bailes. Si algo hay son fiestas, festivales o bodas, cada dos por tres te tropiezas con alguno de ellos. Todo se celebra, cuando no una religión lo hace la otra. Son muy escandalosos, les gusta elevar el sonido a lo más alto. Pasa lo mismo con su circulación, ahí sí que critico el uso exacerbado del claxon. Para un occidentalito como yo, resulta estridente y molesto a más no poder. Creo que eso sí les va a costar cambiarlo algún día. La falta de reglas en la conducción es un problema que a ellos les parece de lo más normal, nadie se enfada y todos asumen que así debe ser.

Algo a resaltar de esta civilización es el vegetarianismo del que hacen gala. La carne, más bien escasa, entre hindúes que no comen vaca y musulmanes que no comen cerdo, no da lugar a muchas opciones para comer chicha. Esta alimentación les hace tener una dieta equilibrada sin sobrepesos y, en cierta forma, sana. Digamos que la falta de sustancia de sus guisos la suplen con el massala  (currys), con destacada presencia de incandescentes picantes.

En este viaje he conocido desde la opulencia más desmesurada en Emiratos a la indigencia más avergonzante en India. Pero con lo que más me quedo de este último país es con sus gentes, amables y sonrientes. En ningún momento tuvimos un mal rollo o rechazo, todo ha sido bonito, cautivante y honesto. Y además barato, muy barato. Namaste. Y una última cuestión, porque cojones India se escribe sin hache e hindú si, ¿alguien lo sabe?

 

Antonio Robledo ZAPA