Elige. ¿Qué quieres seguridad o foto? Difícil decisión. Cuando  vamos a bajar ríos por esos mundos de Dios, aparece ese dilema. Llegamos a un lugar expuesto donde el peligro se multiplica y lo que vemos es un rápido espeluznante, donde asoman elementos que uno identifica como al menos inquietantes. Aparecen riesgos reales de sufrir un susto enorme o, más incluso, de jugarte la vida en un segundo. Siempre algún compañero suelta la frasecita con sorna “¿seguridad o foto?”

Precisamente esos lugares suelen ser espectacularmente atractivos para la fotografía, pues albergan grandes desniveles, movimientos virulentos o espumas atrapantes, otorgándole una inusual belleza fotogénica a la escena. Por norma, en los ríos vamos provistos de una bolsa de rescate. Es nuestra mejor amiga. Se trata de una cuerda que nos da acceso a cualquier lugar desde una orilla o un punto seguro. Ésta se encuentra embutida en una manga de cordura, que al lanzarla se despliega con cierta precisión y nos sirve para aferrarnos a ella, en el caso que todo salga mal para poder salir del atolladero dignamente. Pero para ello necesitamos las dos manos y hay que estar atento y concentrado, tanto o más que el que desciende el rápido. El safety o seguridad debe hacer confluir cuerda y rescatado con exactitud, todo ello en la hipotética cinta transportadora que es un río. En esos momentos estamos en lo que estamos y no hay tiempo para enfocar una cámara, aunque perdamos ese momento de gloria y no podamos pavonearnos en las redes sociales tan importantes hoy en día. “Actualmente lo que no muestras con imágenes sencillamente no existe”.

Que lástima perder nuestra integridad física por unos likes tan efímeros como la vida de un confeti. La esclavitud de la imagen hace que muchas veces estemos más pendientes de lo que verán nuestros seguidores, que de gozar un satisfactorio reto con uno mismo ante el brutal poder demoledor de las aguas bravas. Afortunadamente existen las go pro, esos artilugios del demonio que incrustados en el casco nos permiten grabar mediante un ojo de pez todo lo que nuestra mirada ve. La tecnología vino para quedarse y algunos compañeros son auténticos maestros de la edición, (no es mi caso, considerándome un minusválido digital). Ellos generan videos de pasmoso realismo creativo. Yo soy más de describir mediante letras lo que deparan las aventuras, aunque siento que el texto se queda obsoleto por mucho que me esmero en combinar sustantivos y adjetivos, pocos son los que leen ya (si has llegado hasta aquí, enhorabuena, te salvas). Aun así creo que la imagen no vale más que mil palabras, al contrario del dicho. Todavía no han sacado cámaras que reflejen sentimientos, sensaciones, emociones o escalofríos. Quizás el tiempo y la inteligencia artificial también me demuestren que nada es imposible y vuelva a equivocarme una vez más. ¿Dónde vamos a ir a parar? en todo caso yo, si me dan a elegir: seguridad, por favor, seguridad. No por nada, sólo para poder volver a contarlo y poder escribirlo para ustedes.

Antonio Robledo ZAPA

La seguridad es algo obvio en cualquier actividad física, pero el exceso de seguridad no deja de ser parte ignorante del que no está verdaderamente preparado.  Las personas que deciden  acaban culminando en tajantes prohibiciones. Quien no sabe o carece de experiencia toma decisiones que coartan las actividades de forma inexplicable.

En nombre de velar por tú seguridad destrozan cualquier iniciativa, más por salvaguardarse uno mismo que por de verdad protegernos.

El ser humano siempre se ha aventurado en todas sus facetas y ha llegado más allá de lo establecido, conquistando lugares e ideas que anteriormente no se contemplaban o que simplemente no se eran capaces de llevar a cabo.

Siempre hay algún iluminado con potestad  de prohibir ciertos deportes en la naturaleza:  como surfear un día de bandera roja o bajar un río con una crecida, Justamente el momento más deseado por estos deportistas para la práctica de esas actividades, también los medios de comunicación convencen a la masa para que critiquen y opinen sin tener ni idea, exagerando la osadía como un acto de irresponsabilidad

Estos deportistas-aventureros requieren de esa incertidumbre de ese algo más para superarse.  La sobreprotección es algo que cohíbe y censura la normal evolución del ser humano no solo en los deportes sino en la propia educación del hombre. El ser humano necesita de esos errores para aprender, de esas pequeñas controversias que nos dan la vida y que son fundamentales para el desarrollo educativo. La gestión y aprendizaje de esas frustraciones es capital, porqué de los éxitos se aprende proporcionalmente muy poco a comparación de los fracasos recibidos. Unas veces se vence y otras se aprende, reza un dicho muy común entre deportistas.

También ciertas empresas juegan con esa máxima, confundiendo deportes de aventura con parques temáticos, en estos últimos, el riesgo debe ser mínimo ya que el cliente busca la sorpresa y la emoción sin riesgos, pero los deportes de aventura que se realizan en un medio natural  siempre contemplan cierto riesgo no controlado que el cliente debe de asumir, un esguince, una caída, un susto, un cambio meteorológico repentino, una picadura de un insecto, cosas incontrolables y que algunos venden como imposibles en un mundo cambiante e imperfecto (afortunadamente) de ahí viene el apelativo “aventura” acción de resultado incierto. Para ello están los guías profesionales para minimizar los agentes externos que pueden influir en el resultado. Aunque hay algo que nunca se puede prever y es la reacción humana de cada individuo ante una situación de estrés, aquí cada uno tiene que confiar en sí mismo.

El riesgo cero no existe y con el riesgo convivimos, desde conducir una bicicleta, hasta dar una vuelta con una moto y no digamos el mero hecho de conducir a cierta velocidad y pasar a escasos metros de otro coche que viene en dirección opuesta, todo ello y más, es un peligro potencialmente mortal, de la misma forma que pasear por una acera y te caiga una teja en la cabeza y no por eso se debe de PROHIBIR, sino acostumbrarse a una realidad maravillosamente imperfecta.

Antonio Robledo ZAPA

Siempre me pregunté cómo reaccionaría ante tal situación, desde siempre realicé multitud de cursos en los cuales por norma se incluía, aunque con el tiempo se modificaban los protocolos de actuación y probablemente se siga afinando más aún. Siempre pensé que algún día lo tendría  que hacer en la orilla de algún río de cualquier parte del mundo,

Me hallaba comprando la verdura para el resto de la semana en el mercadillo de Altea. Mientras negociaba unos aguacates pochos, detrás de mí, a unos escasos 5 metros, una mujer se desplomó golpeándose la cabeza contra el suelo. Esos 7 u 8 kilos de cráneo hicieron un ¡cloc! que retumbó en el aire.  Una mujer gritó desgarradamente -¡Mi madre! Fui el primero en socorrerla, metí la mano bajo su cabeza y el calor de su sangre empapó mi mano, mojándola como sólo sabe hacerlo la sangre. Pronto se arremolinó la gente. Todos daban instrucciones de manera histérica. Gritaban, – ¡llamad a un médico! pero nadie como su hija gritaba/suplicaba que viniera rápido una ambulancia. La mujer empezó a convulsionar y  por unos instantes me quedé en blanco. Intenté abrir las vías respiratorias pero su mandíbula se tensionaba a la par que dejaba salir un poco de espuma y no me dejaba. Intenté meter los dedos en su boca mientras sus ojos se tornaban en blanco. La gente se apiñaba alrededor sin parar de gritar. Un hombre fuera de sí decía, – Por favor, si hay gente cristiana por aquí, que recé conmigo, por favor.

La señora cada vez tenía más dificultad en respirar, un perro intentó lamer la cara de la señora y otro perro, propiedad de la hija de la señora, se hizo pis de miedo. Todo era confusión e histeria. Asombrósamente yo mantenía la calma, alguien me preguntó si yo era médico, le dije que no. La señora dejó de respirar, todo se multiplicó. Acerqué mi oído a su pecho, no había respiración, ni latidos, estaba muerta. Era el momento de la RCP (Masaje cardio pulmonar). Me puse en posición con mis brazos extendidos, una mano sobre la otra y comencé el masaje cardíaco, un hombre extranjero de lengua incomprensible empezó a insuflarle aire en la boca. Recordé que muchas veces se rompen el esternón y las costillas, pero su pecho cedía bien al empuje del masaje y, sin llegar a transcurrir el minuto, la señora empezó a respirar de nuevo. Dejé de masajear, a mí alrededor la gente continuaba aconsejando, dando gracias a Dios y vociferando pero yo sentía un silencio interno. La mujer me miró a los ojos y de forma angelical me sonrió dulcemente. Yo le devolví la sonrisa, podría decirse que se sentía plácidamente feliz y yo con ella.

En seguida vino la ambulancia, me levanté cogí mi bolsa de las verduras y marché. No conozco su nombre, ni ella el mío, solo sé, que era francesa y probablemente no nos volvamos a cruzar en la vida. Me quedo con su mirada de complicidad y de unas gracias sin palabras. También con la experiencia de poder haber puesto en práctica lo que  tantas veces me enseñaron.

Estoy seguro que cualquier guía de montaña, mar o río hubiera hecho lo mismo  que yo. Prestar ayuda en momentos decisorios, es un código que llevamos los guías, y otras muchas personas dentro y que no dudamos en ayudar o socorrer, siempre dentro de nuestras posibilidades. ¡Claro!

Antonio Robledo ZAPA