En Kalahari siempre hemos tenido claro el oficio de guía y hemos valorado la dignidad que se merece este trabajo. Como empresario, pero más como guía, he puesto en valor a este noble oficio en toda su dimensión. La primera razón es que el guía es el responsable del éxito o fracaso de una actividad, pero esta siempre debe estar respaldada por la empresa en todos sus ámbitos. Empresa y guía, a ambos les interesa que el cliente se vaya lo más satisfecho posible y que sienta que ha invertido bien su dinero al contratar sus servicios. Desde hace algún tiempo han florecido empresas de dudosa vocación, empresas que no se gestan en la idea romántica de poder vivir de lo que a uno le apasiona. Son negocios que surgen ante la oportunidad de conseguir rápidos y suculentos beneficios, basado en la cantidad y no la calidad de las experiencias contratadas. Los guías se ven sometidos a la facturación y no tanto a la satisfacción del cliente. Con tal presión es difícil conseguir el anhelo de un guía, que es transmitir su sapiencia y conocimientos sin estar sometidos al reloj o al grupo que viene detrás. Cuando este oficio requiere de un tiempo, de una complicidad y una empatía con el usuario. Los guías suelen ser librepensadores, gentes que ponen su entrega en todo lo que hacen, porque han elegido esa forma de vida, donde su estética no es juzgada, como en otros trabajos. El buen guía tendrá una formación constante, pues esto no acaba en un título, aquí domina la pasión y probablemente seguirá practicando en su tiempo libre en otros ríos, montañas, mares o países. El guía siempre antepondrá su tiempo y su afición, al dinero porque el dinero si bien es imprescindible, pasa a un segundo lugar.
En Kalahari siempre hemos tenido claro el oficio de guía y hemos valorado la dignidad que se merece este trabajo. Como empresario, pero más como guía, he puesto en valor a este noble oficio en toda su dimensión. La primera razón es que el guía es el responsable del éxito o fracaso de una actividad, pero esta siempre debe estar respaldada por la empresa en todos sus ámbitos. Empresa y guía, a ambos les interesa que el cliente se vaya lo más satisfecho posible y que sienta que ha invertido bien su dinero al contratar sus servicios. Desde hace algún tiempo han florecido empresas de dudosa vocación, empresas que no se gestan en la idea romántica de poder vivir de lo que a uno le apasiona. Son negocios que surgen ante la oportunidad de conseguir rápidos y suculentos beneficios, basado en la cantidad y no la calidad de las experiencias contratadas. Los guías se ven sometidos a la facturación y no tanto a la satisfacción del cliente. Con tal presión es difícil conseguir el anhelo de un guía, que es transmitir su sapiencia y conocimientos sin estar sometidos al reloj o al grupo que viene detrás. Cuando este oficio requiere de un tiempo, de una complicidad y una empatía con el usuario.
Los guías suelen ser librepensadores, gentes que ponen su entrega en todo lo que hacen, porque han elegido esa forma de vida, donde su estética no es juzgada, como en otros trabajos. El buen guía tendrá una formación constante, pues esto no acaba en un título, aquí domina la pasión y probablemente seguirá practicando en su tiempo libre en otros ríos, montañas, mares o países. El guía siempre antepondrá su tiempo y su afición, al dinero porque el dinero si bien es imprescindible, pasa a un segundo lugar. Lo primero es la gestión de su propia felicidad, del encuentro con uno mismo, de sentirse privilegiado y no comulgar con el sistema que no les complace, eso tiene un precio y ese costo es la ausencia de confort en post de un sueño de libertad suprema.
¿Y si el hambre estuviera gestionada por ellos mismos? Llevar a tu hijo/a de campamento siempre es una experiencia enriquecedora para el niño. Salir del ala protectora de los padres proporciona una autonomía que tarde o temprano deberá afrontar. La mayoría de los campamentos se venden como experienciales, pero lo cierto es que gran parte del tiempo se basa en la animación, casi como un centro de ocio o un lugar de vacaciones, cuando ese tiempo se puede hacer igual de divertido o más de una forma diferente. Las experiencias reales darán la oportunidad de modelar la personalidad de ese ser a través de las herramientas proporcionadas. En numerosas ocasiones tropezamos muchas veces con la misma piedra: la SOBREPROTECCION. Hoy en día, cuando deberíamos educar primero a muchos padres antes que a sus hijos, tendríamos que plantearnos que es lo mejor para nuestros hijos. La sociedad de consumo genera hijos mimados, pequeños déspotas avalados por el consentimiento de padres complacientes. No estamos hablando de una educación espartana, sino de una educación fuera del sistema convencional donde al niño no se le enseña a memorizar para un examen, para una prueba que requiere mucho esfuerzo y estrés, y que una vez pasada suele olvidarse tan rápido como se aprendió. Sino una enseñanza donde se potencie la creatividad, las ganas y curiosidad por aprender. Donde no se generen individuos frustrados sino niños capaces de desarrollar por sí mismos las soluciones naturales para los problemas que deberán afrontar algún día. En Kalahari hemos realizado un campamento de fin de curso para chavales de 15 años de una escuela Waldorf. Tres días de experiencias a las cuales ellos mismo buscan las soluciones. El guía es un apoyo y no un clown. El primer día realizamos un rafting, donde no sólo bajamos el río,
¿Y si el hambre estuviera gestionada por ellos mismos? Llevar a tu hijo/a de campamento siempre es una experiencia enriquecedora para el niño. Salir del ala protectora de los padres proporciona una autonomía que tarde o temprano deberá afrontar. La mayoría de los campamentos se venden como experienciales,
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